Cine, TV, Video: crítica: El Código Enigma (2014)

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Por Alejandro Franco – contáctenos

USA / GB, 2014; Intérpretes: Benedict Cumberbatch, Keira Knightley, Matthew Goode, Allen Leech, Matthew Beard, Charles Dance, Mark Strong; dirigidos por Morten Tyldum – 5/5

The Imitation Game La genialidad es fruto de la singularidad: ésa es su mayor virtud y también su mayor defecto. Para poder crear cosas que nunca antes han existido, el creador – sea un artista o un intelectual brillante – necesariamente debe ver al mundo desde una perspectiva completamente diferente. Pero semejante individuo es fruto no sólo de la naturaleza sino de una evolución personal, y dicha singularidad suele llevarse de patadas con una sociedad plagada de individuos comunes y apegados a las normas. Tal como ocurre con el cuento del huevo y la gallina, su carácter es rechazado por el entorno, lo cual acentúa lo mejor y lo peor de su personalidad, y así sigue en un ciclo constante de evolución. Es por ello que se tratan de figuras trágicas, seres incomprendidos que han florecido luego de una larga sucesión de rechazos e injusticias hacia su persona. En el caso de Alan Turing, su mente infestada de matemáticas y lógica pura ha atentado – desde el vamos – contra sus posibilidades de integración social. Su arrogancia, su apasionamiento, su frialdad al tomar decisiones brutales guiadas por el razonamiento. No son personajes queridos sino individuos soportados por los seres comunes, quienes aprovechan a regañadientes todos los beneficios de su intelecto… pero, cuando se les presenta la oportunidad de vapulearlo, la toman y aprovechan para descargar toda su ira hacia el diferente. El gran pecado de Alan Turing fue ser apático; su homosexualidad fue simplemente el talón de Aquiles que aprovecharon los puritanos para castigar su singularidad. Se trata de una vida plagada de drama y dolor, en donde el ocaso de Turing estuvo marcado por los únicos momentos en donde se permitió ser humano y amar a alguien, deseos que no entraban dentro de las normas permitidas de la época.

El Codigo Enigma es un drama correcto realzado por interpretaciones emocionantes. Es un filme made by Hollywood, así que no esperen rigurosidad histórica; en todo caso uno puede verlo como una reinterpretación dramática de la vida de Turing, en donde su homosexualidad está tratada con guante blanco, y la tragedia de la discriminación transita por el borde del melodrama. Familiares y testigos aseguran que Turing era mucho mas afable y sociable que el perfil trazado por Benedict Cumberbatch – y es mas que probable que sea cierto -, pero ello no disminuye la efectividad del drama orquestado por Morten Tyldum. A final de cuentas uno debe salpimentar las cosas para que tengan mas sabor y, en este caso, se entiendan los subrayados; pero hay momentos en que el filme parece una versión sobreproducida de Sheldon Cooper Contra los Nazis.

Aún cuando se trate de una versión manipulada, The Imitation Game es un gran filme. Es la enorme carga de pathos que la historia transmite al público lo que la hace tan efectiva. Es la tristeza de ver al diferente triunfar en su juego – el de la lógica y las matemáticas; la construcción de la primera computadora funcional y el desciframiento del código Enigma utilizado por los nazis para impartir sus órdenes militares de manera encriptada durante la Segunda Guerra Mundial – y, después, caer en la ignominia sin que nadie le tienda una mano. Porque Alan Turing fue un genio que contribuyó a ganar la guerra y luego, llegado los tiempos de paz, decidió desplegar sus alas y dedicarse a vivir sus sentimientos… pasiones que estaban vistas como una degeneración punible por ley, y las que terminaron por sumirlo en la desgracia y depresión, la cual lo llevaría al suicidio a los 42 años de edad.

La gracia del filme es Cumberbatch, el cual se apodera de Turing, se sale del estereotipo de genio insolente e incomprendido, y lo baña con una enorme dosis de humanidad y sentimiento. No es un robot frío e impersonal sino un apasionado por lo que hace, con la diferencia de que la razón domina la mayor parte de sus acciones y por ello es visto con recelo y antipatía. Ello queda patente en una de las mejores escenas del filme: Turing y su equipo han roto el código nazi y ahora son capaces de entender todos los mensajes enviados por el alto mando alemán. En escasos minutos pueden anticipar todos los ataques submarinos y aéreos que los alemanes perpetrarán a lo largo del día; pero alertar sobre los mismos sólo pondria en sobreaviso a los nazis – dando a entender que los aliados conocen su cifrado secreto y pudiendo alterar la codificacion y los mensajes -. La inquietante cuestión de fondo es: ¿se debe usar la información obtenida para salvar las vidas de miles de personas que deberían morir ese día? ¿o se debe esperar el momento adecuado para despacharle al enemigo una mentira precisa y certera, la cual garantizará la segura victoria?.

La narración de El Codigo Enigma no es lineal; el relato va y viene a tres momentos claves de la vida de Turing – su adolescencia y su primer amor no correspondido; su apogeo al romper el código de la máquina de cifrado nazi; y la tragedia de su juicio público por conducta indecente -, los cuales van casi en paralelo y terminan golpeando con la precisión de un boxeador peso pesado. Justo en el momento del éxtasis – Turing venciendo a al inteligencia nazi y dándole información vital a los aliados para obtener la victoria en la Segunda Guerra Mundial -, le suceden las secuencias de humillación y tragedia, en donde el genio se ve forzado a aceptar la castración quimica (impuesta por la ley) para no ir a la cárcel… una aberración propiciada por la misma sociedad a la cual él le había prestado un servicio invalorable durante la contienda. He allí el héroe de guerra, despreciado por sus pares, incomprendido por los comunes, y asesinado por los conservadores, un ser que nunca pudo ser feliz y al cual decidieron enterrar bajo la alfombra por el simple hecho de ser diferente, presos de una ceguera moral que terminó por menoscabar a uno de los mayores genios del siglo XX.

El Codigo Enigma es un filme emocionante, mas allá de su tendencia natural al melodrama. Sus performances realzan la historia y sensibilizan a la platea, haciéndonos lamentar por aquellos que han sido aplastados por la estupidez humana: aquella que infecta a los gobernantes que se creen iluminados y que desean una sociedad homogénea sin “parias”… individuos singulares que tienen tanto derecho a vivir como usted o como yo, y cuyo talento – tal como el de Turing – era capaz de cambiar el mundo de una manera revolucionaria, profunda y duradera.